Los insultos poseen un enorme poder destructivo. La crítica, el juicio, hacia una persona desde el insulto, sobre todo si es un niño, tiene la capacidad de minar la confianza que este tiene en sus progenitores y en la vida.
Acaba constituyendo un abuso de poder y un atentado directo contra su dignidad. La vergüenza y la infravaloración suelen ser las consecuencias a largo plazo de los insultos.
Cuando estos comportamientos son reiterados, el niño en su incapacidad para cuestionar lo que se le dice acaba creyendo estos mensajes y puede integrarlos en sí mismos como si fuera parte de sus características personales, dando lugar a una vergüenza enfermiza y a una tendencia a esconderse tras apariencias o máscaras o a aislarse.
Una familia sana proporciona a sus miembros espacios de seguridad, autenticidad y crecimiento, en los que no caben atentados contra la confianza ni apuestas por el miedo